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Y ellas recordaron lo que habían vivido junto a Jesús

Las mujeres que lo siguieron desde Galilea contemplaban de lejos la crucifixión de Jesús (Lc 23,49). Ellas lo habían dejado todo por seguirle, le habían acompañado de aldea en aldea, habían escuchado sus enseñanzas, habían compartido la mesa con él y vivido la experiencia salvadora que brotaban de sus gestos y palabras. 

María de Magdala, María la Madre de Santiago y José y Salomé....y otras muchas que había subido con él a Jerusalén (Mc 15, 40-41) acompañaban los últimos momentos del maestro en silencio y con la impotencia y el dolor en el rostro y en el corazón. Todo parecía perdido. Quizá no quedaba otra opción que regresar a sus casas, volver a las tareas cotidianas, recuperar  los espacios tradicionales de su vida. 

Jesús  había sido vencido por aquellos que detentaban el poder, que no podían aceptar que Dios optara por los pequeños, los marginados, los olvidados, que no iban a consentir que mujeres como ellas decidieran sobre su vida, se acercasen a Dios sin intermediarios. Contemplar al amigo muerto como un malhechor hacía evidente que la utopía del Reino había sido vencida por el poder del egoísmo y la astucia del mal. 

Sí, todo eso había ocurrido pero ellas sabían que su vida ya no será la misma, que siempre llevarían el recuerdo del amigo que les ayudó a recuperar su dignidad, su palabra y a descubrir que Dios también contaba con ellas...

Ahora era el momento de la despedida y todo se había cubierto de luto, pero ellas eran mujeres acostumbradas a afrontar la vida, a encarar las dificultades y no dejarían solo  su maestro.  Por ser mujeres sabían que era tarea suya ocuparse de su cuerpo, de hacer el duelo recordándolo entre lamentaciones y llanto.  Observaron cómo lo colocaban en el sepulcro y prepararon perfumes y ungüentos (Lc 23, 55-56).

Al amanecer  del primer día de la semana fueron al sepulcro  con los perfumes que había preparado pero el cuerpo de Jesús no estaba. Quizá lo habían robado (Mt 28,11-15) ...quizá no era ese el lugar...El aguijón del dolor y la tristeza quebraba sus vidas, pero eran fuertes y juntas comenzaron a recordar las enseñanzas de Jesús, los viajes por Galilea, la alegría de la mesa compartida, la felicidad en los rostros de quienes habían sido sanados por Jesús. Evocaron sus propias historias, su propia transformación, su iniciación como seguidoras, los diálogos al final del día en la casa de la suegra de Pedro, la ilusión por cambiar el mundo y hacer realidad aquella bella utopía de las bienaventuranzas...

Y poco a poco comprendieron...Jesús no podía estar muerto, estaba vivo, su vida y su entrega eran ratificadas por Dios, su Abba. ¿Por qué buscar entre los muertos al que vive? Ya no está aquí ha resucitado (Lc 24, 5-7).

"Estas seguidoras y discípulas de Jesús recuerdan y, al recordar, experimentan, reviven y creen; al creer, no pueden menos que anunciar y con ese anuncio hacen presente al Resucitado. (..)
Por medio  del Espíritu, de la Ruah Santa, las mujeres fueron invitadas a recordar y ellas recordaron, aunque por ser mujeres en un mundo patriarcal y androcéntrico como aquél, los varones no dieran crédito a su mirada comprensiva y al relato de su hallazgo" (Ana Unzurrunzaga, "Las mujeres como portadoras y creadoras de la memoria de los orígenes (Lc 24,1-11), en Carmen Bernabé, Con ellas tras Jesús. Mujeres modelos de identidad cristiana, EVD 2011, 77-117. 

Hoy de nuevo estamos también invitadas/os a recordar, a actualizar nuestra experiencia de fe en Jesús, recuperando las certezas, impulsando los sueños, fortaleciendo nuestra esperanza. 

En los tiempos difíciles que vivimos, necesitamos encontrarnos una vez más con estas mujeres y  dejarlas que de nuevo  nos anuncien que Jesús está vivo y nos espera en  Galilea..

Carmen Soto Varela,ssj




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